
Era un día nublado y había comenzado a lloviznar, salió de su casa y se fue al sitio eriazo que estaba cerca de su casa, saco su bolsa de pasta base de cocaína y se la fumo en una improvisada pipa, fumo hasta que se le acabo todo, sus latidos se aceleraron, sus ojos fueron invadidos por la sangre, el hambre de alimentos ceso, pero otro tipo de hambre comenzaba en su alma, una abominación estaba tomando forma, la
sangre de sus encías broto nuevamente, escupió al suelo, pero esta vez no sonrió.
Orias caminaba por la calle principal del centro, estaba buscando una botillería, era temprano así que todo estaba cerrado, deambulo por más de dos horas, hasta que por fin encontró lo que andaba buscando.
Compro una botella de ron, una pequeña, una petaca, la pago y con el vuelto compro unos cigarrillos fuertes y se largo de allí, se fue fumando un cigarro tras otro, el tabaco lo hacía sentirse bien, se sentía grande, fuerte, explosivo, genial. Las voces volvieron.
Se tomo la botella mientras caminaba hacia donde las voces lo dirigían, el solo caminaba y doblaba donde se lo ordenaban, últimamente las voces le decían muchas cosas, algunas de ellas no las entendía, pero comprendía su esencia, el lenguaje universal del mal, se había asentado en su alma.
Estaba afuera de la iglesia y le quedaba el ultimo cigarro, lo fumo hasta el filtro, cuando boto la colilla al suelo, esta se encontraba llena de sangre oscura y maloliente, entro por la gran puerta de la iglesia y unas guitarras eléctricas resonaron en su cabeza, se sentó en la última fila, solo.
El padre estaba diciendo su sermón normalmente, Orias tenía la boca abierta, la saliva roja brotaba como manantial por su boca, un diente se le cayó, pero no se dio cuenta, las voces le hablaban, le decían cosas, las voces eran más fuertes, eran tan fuertes que Orias no escuchaba ni sus propios pensamientos, pero eso no importaba, las voces mandaban desde ahora.
Ese día el padre se levanto normalmente, se encomendó a Dios y preparo su misa habitual, mientras estaba en su misa de la mañana, vio a un joven vestido de negro entrar a su iglesia, pero eso no le incomodo, lo que le incomodo fue el olor que percibió, un olor nauseabundo, a muerte y excremento, pero solo fue una brisa la que percibió, un camión de basura pensó, y eso fue todo, nadie lo ilumino, nadie le aviso, el era un cordero al matadero.
Orias era un cuerpo sin alma, un cerebro sin neuronas, un carnaval de ideas inconexas, las voces mandaban y él lo sabía, no le importaba, el lo deseaba así.
Cuando el padre se dio cuenta, Orias ya estaba a centímetros de él, su anciano cuerpo no respondió bien, solo se quedo quieto, la muerte paraliza, aun cuando no actúa, Orias abrazo al padre con tal fuerza que cuando lo hizo le quebró tres costillas, el padre gimió de dolor, esas fueron sus últimas palabras humanas, Orias saco una daga y le corto la garganta en frente de todos los presentes, mientras lo hacía gritaba eufórico, la orina broto de su cuerpo y se evidencio en sus pantalones, pero nadie reparo en aquello.
El cuerpo del padre cayo sin vida al suelo, su cabeza yacía en un ángulo extraño, la sangre aun salía de su garganta, Orias estaba de pie, muy erguido, la daga en su mano emitía un brillo metálico, los gritos y llantos de las mujeres sonaban distantes para él, casi etéreos, Orias se veía a sí mismo desde el fondo de la iglesia, se veía desde todos lados, en cierta forma era omnipresente.
Una persona de las que estaba presente, se apresuro en llamar a la policía, esta llego muy rápido, cuando la policía entro Orias estaba bañado por la sangre del padre, y emitía gritos guturales, cuando los policías se acercaron Orias se puso de pie y se corto la garganta con la misma daga que asesino al padre, cayó al suelo de forma pesada, como si pesara muchas veces su peso, mientras perdía sangre de su garganta también se perdía su consciencia.
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